Ya se lleva un tiempo hablando de la gamificación, de cómo la dinámica de los juegos está infiltrándose en todos los ámbitos de la vida, de cómo nos gusta jugar y de cómo preferimos adentrarnos en las cosas desde una perspectiva lúdica. La gamificación perfila una actitud frente a la realidad, otra forma de experimentarla. Siempre se ha dicho que el juego es cosa de niños y que los adultos que pretenden seguir con el juego padecen de cierto síndrome de Peter Pan. Pero ahora surge otro paradigma en el que los adultos ya no se tienen que definir por la seriedad y aburrimiento de la vida gris, ni deben practicar en exceso el control y el ascetismo, ahora deben jugar, dejarse llevar, jugar a la moda y divertirse en la espiral de experiencias multisensoriales que oferta la sociedad de turboconsumo, abrazar sin mirar atrás e estilo de vida hedonista de capitalismo experiencial, donde la diversión se convierte en el aderezo imprescindible, en el envoltorio obligatorio de nuestros actos de compra. Así, el marketing comienza a hacerse juguetón, a manejar el código lúdico, que es siempre emocional, para involucrarse más con los consumidores. Haciéndonos jugar juegan con nosotros, porque dos no juegan si uno no quiere.
Por otro lado, el juego, es algo que nos enseña a ir cambiando, y me refiero a ir cambiando de juego. Los juegos nos permiten explorar otros contextos y adaptarnos a otras reglas. Al final, el juego puede ser una experiencia de aprendizaje, y tal vez sea esto el futuro de la educación. Así aparecen los denominados "juegos serios", juegos utilizados como estrategia para que aprendamos a cómo adaptarnos a las nuevas circunstancias, juegos como simuladores de realidades distintas. La vida laboral se fragmenta, la carrera profesional se hace discontinua, los conocimientos caducan más rápido, el mundo cambia veloz al son de las nuevas tecnologías y por ello es necesario reciclarse, desarrollar respuestas adaptativas para no quedarnos obsoletos. Aprender a poder desplazarse a cualquier lugar para trabajar, a buscar nuevos amigos, a entablar nuevas relaciones sentimentales, a cambiar de estilo de vida, son los imperativos de la vida líquida. Y esta es la selva a la que hay que adaptarse. Por eso el juego se convierte en parte central de la ideología liberal. El juego, la creatividad, el emprendimiento personal, esas son las actitudes para enfrentarse a un mundo complejo y cambiante, en el que las reglas del ayer son cosa del pasado, y donde las reglas de hoy son las de un juego bien distinto que mañana pronto cambiará.
Hoy, y tras este ejercicio de contextualización, quería hablar de cómo los videojuegos se están convirtiendo, poco a poco, en lo que puede asemejarse al futuro de la televisión. Me refiero al hecho de que cada vez más personas gustan de tragarse partidas de videojuegos, partidas ajenas como quien ve un partido de fútbol. En internet, miles de personas se conectan para ver partidas de videojuegos y los servidores colapsan. Al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre ver un partido de tenis y una partida de videojuegos? La única que yo veo es que el tenis es considerado un deporte.
Twitch.tv es una plataforma en la que los internautas pueden ver cómo otros juegan a los videojuegos y que, además, permite chattear a los usuarios unos con otros. Imagina ver un partido de fútbol y poder chattear por videoconferencia con otras personas y comentar la jugada. Amazon se ha gastado una millonada en adquirir este proyecto como si fuera el futuro de la tele. A ver en qué queda...