Victor Lenore acaba de sacar un libro sobre el fenómeno
hipster que está generando polémica, sobre todo entre los propios hipsters, que
no salen muy bien parados, puesto que la cultura hipster aparece definida,
entre otras cosas, como “subcultura
falsa”, “individualista”, “elitista” ,“narcisista” e “infantil. Solo hay que
ver los comentarios en la red para darse cuenta de cómo, todavía hoy,
un libro es capaz de meter el dedo en la llaga y provocar un montón de
encendidas respuestas a favor y en contra.
Aunque ya hemos hablado de los hipster aquí, vamos a retomar
el tema para contextualizar y sistematizar mejor este asunto.
El espíritu rebelde, provocador e inconformista de los hipsters ya se fue
gestando en el siglo XIX, en Paris, donde una pequeña comunidad de unos 5000 bohemios (a los que podemos catalogar de hipsters
originarios) jugaban a crear la
vanguardia y a romper las normas de la vida artística y cultural. El bebedor de
absenta, retratado por Manet y presentado en el Salón de Paris en 1859, mostraba a un ser
que abiertamente violaba los códigos y buenas formas de la burguesía del
momento. A eso se dedicaron, tiempo más tarde, Dalí y Buñuel con su
surrealista Perro Andaluz, a cuyo estreno, en Paris, acudieron ellos mismos con
los bolsillos llenos de piedras, por si las moscas, para defenderse de las posibles iras que sin
duda generarían en un público acostumbrado a otras cosas. Recordemos también, y para recalcar bien esta actitud controvertida y espíritu subversivo de los primeros hipsters, que André Breton afirmaba algo así como que el acto
poético por excelencia era salir a la calle con una pistola, los ojos vendados
y disparar al azar. Así, poco a poco, estos actos de rebeldía y este inconformismo se fue
consolidando, y poco a poco, se fue exportando a America de la mano de artistas
viajeros que pararon por Paris, como Hemingway o Henry Miller, que influenciaron
a la siguiente generación de rebeldes, los hipsters de los años 40 y 50 de la
generación Beat, que pusieron en jaque los valores tradicionales de la cultura
americana, asustando y generando indignación en la opinión pública. Fueron
estos artistas y bohemios experimentadores los que crearon una base cultural sólida sobre la
que se desarrolló, más tarde, el movimiento hippy, más masivo y con mayor visibilidad, y que pretendía
instaurar el buen rollito psicodélico y sexual, lo cual acojonaba a esa
puritana america tan profunda de la época.
Al contrario que sus predecesores, los hipsters de hoy en
día, no dan miedo a nadie ni aunque se lo propongan con sus pintas cuidadas y su
blandito pensamiento cínico-irónico que no cuestiona nada. Los hipsters que ahora, a la defensiva, se indignan porque se les critique en un libro son esos mismos hipsters nihilistas, hiperindividualistas y conservadores que no hacen más que predicar, con un poco más de
estilo, los valores dominantes de
nuestra sociedad de consumo, por mucho que ellos se perciban a si mismos como originales y auténticos. Los hipsters son ya cosa mainstream; ya no son un vector de rebeldía y cambio. Lo hipster de
hoy no explora nuevas vías y se ha convertido más bien en un fenómeno
recreativo. La rebeldía impostada del hipster es puro conformismo, constituye una dinámica estable, un conjunto de reglas predecibles. El hipsterismo de hoy es toda
una institución social -como alguno diría-, una máquina de fabricar individualismo masivo. Así que el rol de los futuros hipsters será poner en marcha la maquinaria “debaser “ y
poner en cuestión esa cultura dominante, desmontarla y ridiculizarla, como hace
toda lógica vanguardista y todo espíritu crítico. Los hipsters del futuro ya
están aquí, pero sus prácticas no son
del todo visibles, están mal distribuidas, son las nuevas caras de la rebeldía, y aparecen en forma de señales débiles. Los próximos hipsters son los que de una formaradical cuestionan con sus prácticas y pensamientos la actual cultura dominante hipster. Los hipsters que vendrán están más al márgen, en la periferia,
en las fronteras más difusas y son los que están construyendo, con sus pequeñas
acciones, con distintos lenguajes y lógicas, los
cambios del futuro, aunque todavía no gocen de reconocimiento. ! El hipster ha muerto, viva el hipster ¡
Lo que me parece interesante es cómo Lenore inserta el
fenómeno hipster en un contexto de despolitización general. Es como si la
cultura hipster fuese el sistema inmunológico del sistema, que lo protege de posibles ataques que lo
pongan en duda. Así, la cultura hipster es una cultura donde la política queda
paralizada y donde el hipster no se cuestiona el sistema, ya que lo político aburre y da
pereza el compromiso. Al hipster se le da mejor la ironía y el cinísmo lúdico, y prefiere no tener que elegir entre opciones políticas para dedicarse, mejor, a elegir entre
objetos de consumo, entre las distintas
marcas ofrecidas por la industria cultural, donde toda propuesta radical y
alternativa es banalizada, neutralizada y vendida como producto cool. Así se entiende cómo la rebeldía cool y
contracultural se ha demostrado inútil a la hora de atacar el sistema y ha
sido engullida y expropiada de toda
significación política, una
rebeldía que, lejos de debilitar el sistema, lo ha fortalecido.
En un mundo de consumo simbólico el hipster construye su
identidad y su estilo de vida con los signos y significados que aporta la
cultura pop y la industria cultural. Y cuando dejamos de ser ciudadanos para ser consumidores, cuando nuestra personalidad se construye
a través de nuestros actos de compra, entonces el consumo se estiliza, y se hace necesaria una pericia estética y cierta creatividad a la
hora de mostrar nuestra individualidad y
distancia del grupo de una forma original a través de aquello que se consume. Y al hipster todo esto se le da muy bien. El hipster, en la vida
de cosumo que lleva, es todo un experto, un gourmet de la exquisitez
cultural, un profesional de la distinción estética y el diseño. El hipster dedica más tiempo que el resto a descubrir
y procesar los productos culturales de la música, el cine, el arte y la moda, para, en un proceso de autoensamblaje, componer su look, una identidad cool y
diferencial, que le aporte cierto estatus estilístico, lo que le convierte así en prescriptor, en consumidor influyente al
que imitan los demás, en un trendsetter capaz de poner en marcha nuevas modas y
acelerar el ritmo de consumo general. Así, el hipster tiene que ser entendido
como figura esencial en este proceso moda de comprar, usar, tirar y renovarlo todo de nuestro turboconsumo de cada
día.
Por último, y como proptotipo de ser neoliberal que es, el hipster se ve a sí
mismo como una empresa, por lo que invierte constantemente en sí mismo para
crear un look actualizado, seductor y
distintivo. El hipster es un emprendedor de su estilo de vida, amo y señor de si mismo, que experimenta y
asume riesgos para estar siempre a la última. Construir la imagen cool de uno
mismo es toda una estrategia de posicionamiento
social, . En una época de branding personal el hipster pretende diferenciarse utilizando el capital subcultural que acumula y que le permite crear un look
diferente y original a partir de sus decisiones de compra. Como vemos, crear
un look cool se ha convertido en un valor y constituye “el elemento
diferenciador, la jerarquía social urbana contemporánea”. Permite valorizar a
las personas en función de su estilo a la hora de consumir y componer su
identidad visual. Nos deja saber quién es quién en función de la capacidad para tomar las decisiones
estéticas adecuadas, decisiones que constituyen, en si mismas, un valor comparativo, y que
permiten entender el estilo de vida hipster como un bien posicional. Por eso Lenore
dice que el hipster es elitista, el trepa que quiere ser cool, y que es necesario hoy abandonar la búsqueda consumista de distinción social, dejarla atrás, acabar con esa
lógica a la que juega el hipster en la que mira por encima del
hombro al obrero que gana más que el pero es mas hortera. Lo hipster representa así el estatus de aquellos que, a pesar de
saber mucho de selecta cultura indie, seguirán siendo pobres. Es lo que Leonore
llama “elitismo degradado” y que no es más que
el estilismo de los que no han tomado consciencia de clase y no saben
que conforman el precariado, aunque sea un precariado cool. Por eso, y para
terminar, podríamos pensar la cultura hipster como el resultado de un proceso
de ingeniería social en la que el hipster, en vez de solidarizarse con los
obreros y unirse a ellos para mejorar sus vidas en torno a unos intereses
comunes, prefiere distinguirse y marcar una diferencia estética que les divide.