Christian Salmon, autor de Kate Moss Machine es una especie de nuevo Lipovetsky a la hora de hablar de la moda y en la manera que tienen de hacerlo sobre la misma. Salmon nos propone una visión interesante que trata a la moda como el medio que tenemos para crear nuestra imagen y contar historias a través de la misma y poder así seducir a los demás, como cualquier novela. Para explicar esto se remonta al siglo XVIII, cuya versión del individualismo es el de un individuo novelero, que se otorga “los derechos de autor sobre sus historias y opiniones” y considera su vida como una novela. Las historias que uno pueda contar sobre si mismo como personaje central empiezan a cobrar relevancia para la formación de la identidad personal y social. En el siglo XX, el individualismo más evolucionado hace de su apariencia la mejor herramienta para intensificar la potencialidad de sus relatos. Así los diferentes looks hablan de diferentes personajes con historias distintas que contar. Es decir, observamos un individuo amo y señor de su destino, autor de sus propias circustancias, verdadero creador de si mismo y que reclama el ámbito de la experiencia y el de las posibles definiciones del Yo (self). Es así, y siguiendo la estela del pensamiento de Peter Sloterdij, cómo nace la republica del look con su respectivo ciudadano el individuo fashionable, que reclama los derechos de autor de su look.
Así que pasamos de un hombre "ludens" que experimenta sobre si mismo e intensifica sus experiencias a un homo "narrens", narrador de si mismo, que busca llamar la atención y aumentar su capital humano mediante las historias que su look irradie y su capacidad de simular experiencias. Citando al propio Salmon: ”Esto da a la vida en sociedad el carácter, el ritmo y los disfraces de un desfile de moda en que el individuo es a la vez estilista, realizador y narrador de si mismo en una performance que es la vida misma”. Es decir, para que la transmisibilidad de las experiencias sea posible es necesaria la narratividad de los individuos, la posibilidad de que estos sean contados por si mismos como relatos. Así, la construcción del look surge como búsqueda desesperada de lo novelesco. Y de esta manera todo lo imaginable, lo permitido en el arte y en la literatura se convierten en elementos estilísticos y recursos estéticos legítimos para la vida cotidiana. Esos son los vectores que marcan el camino de la novelización de la vida. Por lo que podemos definir el look como la creación de una actitud, y una actitud no es más que un relato o la apariencia del mismo, el gran instrumento para presentarse ante la vida. Los individuos se ven entonces obligados, como los escritores, a manejar los recursos estilísticos y estéticos a su disposición, en un intento de controlar las apariencias y crear una identidad cuyo valor social descansa en su capacidad de adoptar el look justo en el momento justo. El look es una forma de adaptarse a los tiempos que corren en una sociedad líquida donde las normas no son claras y a veces son contradictorias. De esta manera el look, la construcción del look, cobra valor estratégico. Para ello la persona debe desarrollar una actitud flexible y una aptitud para cambiar de táctica y estilo rápidamente. Y la vida se convierte así en una performance ininterrumpida cuyo valor se mide según los efectos que produce en los demás.
De lo que hablamos es un aspecto de la moda actual que tiene que ver con el branding estético-personal. El look es el branding: la imagen de marca, la identidad embestida de un aúra de historias y experiencias, de un imaginario simbólico que cada uno debe gestionar. De esta forma comprendemos cómo el individuo hace uso estratégico de si mismo ante la mirada de los demás. Es el modo que tienen las personas de presentarse en sociedad, donde se construyen identidades y status social a partir de imágenes, signos y significados creados por el mercado moda y que cada cual gestiona a su gusto. Aquí se vislumbran ya los rasgos del "homo sampler"