El otro día, hablando con Nora (una becaria noruega en La casita de Wendy), me dijo que había sido vegetariana muchos años. Lo interesante eran las razones que argumentaban su elección alimenticia. No comía carne porque sabía de las consencuencias de la industria de la carne. No estaba hablando del sufrimiento de los animales, ni de sus derechos, ni de la indigesta carne, ni de nada por el estilo. La industria cárnica no se puede comprender sin el grano cultivado en el tercer mundo para ser utilizado como pienso. Se paga más caro el grano destinado a pienso de animales que el grano destinado a consumo humano. Así las personas de estos lugares se encontraban con un precio disparatadamente alto y no podían comprar. Si a esto le añadimos las consecuencias desforestadoras que implica la industria cárnica ya tenemos una visión más profunda de las verdaderas implicaciones de una hamburguesa o un bistec. El hambre y la desforestación.
Nora no era una vegatariana cualquiera sino una ciudadana ampliamente informada. Y lo mejor es que ella había decidido cambiar su comportamiento para no ser cómplice de esa situación. El ejemplo de Nora es el ejemplo de la persona que decide no empezar a cambiar a los demás para cambiar el mundo sino de empezar por ella misma, utilizando su pequeña capacidad de elección a la hora de consumir como herramienta (el peligro de empezar por los demás reside en que si uno no lo consigue -cosa probable- desista de su empeño y se refugie en el cinismo).